ENSÉÑALE A TENER PACIENCIA

Coks Feenstra · Psicóloga Infantil

3 de febrero de 2012

ENSÉÑALE A TENER PACIENCIA

El niño pequeño es, por naturaleza, impaciente. Desde su vida intrauterina está acostumbrado a que sus necesidades sean colmadas automáticamente. En su vida posterior siempre anhelará este estado paradisíaco.

Pero con tu ayuda aprenderá a tener paciencia, siempre en función de su edad. Te explicaré cómo enfocarlo en las distintas etapas.

Los periodos de espera deben irse alargando a medida de que el niño crece. A un bebé hambriento nadie le hace esperar, pero a un niño de dos años y medio, que pide algo, es normal decirle: ‘Espera un poco’. Seguramente insistirá impacientemente, pero así va aprendiendo que el mundo no gira en torno a él. La capacidad para tolerar la frustración la adquiere poco a poco durante la primera infancia:

0 – 1 año: ¡LO QUIERO AHORA!

Durante nueve meses el bebé ha estado cómodo y seguro en el interior del vientre materno con todas sus necesidades físicas cubiertas de forma automática; nunca pasó frío, ni hambre, ni soledad. Ha vivido en un mundo seguro y predecible. El cambio al nacer es grande: de repente se ve empujado a un mundo en el que nada sucede automáticamente, ni el calor, ni la comida, ni la compañía y en el que depende de los demás para tener satisfechas sus necesidades. El recién nacido no ¡puede esperar a tener sus necesidades cubiertas! Su capacidad para tolerar frustraciones es aún limitada. Hay que prestar atención inmediata a su llanto, averiguar el motivo y satisfacer su necesidad enseguida para que en primer lugar aprenda a adaptarse a la vida fuera del útero. Así se siente feliz y –muy importante- vive el mundo como un lugar seguro. Al darle al bebé lo que quiere y evitarle en la medida de lo posible las frustraciones, el pequeño adquiere seguridad en sí mismo y esto hace que aprenderá, con el tiempo, a esperar. El bebé que no recibe el mismo trato, vive el mundo como inhóspito y esta sensación se cala en el fondo de su ser. Además, tardará más en aprender a esperar; cada espera le resulta dolorosa, porque le recuerda al inicio de su vida. El bebé ¡necesita mantener la ilusión de que no ha perdido el paraíso!

Unos consejos:

 Mantén un estrecho contacto corporal con tu bebé en los primeros tres meses. El bebé humano, en comparación con los otros mamíferos, nace prematuramente y viene mucho más indefenso al mundo. Le hace bien estar cerca de ti, sentir tu calor, los latidos de tu corazón, tu voz. Así este primer periodo es como una prolongación de la gestación tras lo cual está más maduro para afrontarse a la vida extrauterina.

 Las frustraciones que vive en el primer año son relacionadas con el gran cambio al nacer y con sus funciones corporales: hambre, dolor de tripa, un pañal mojado, frío etc. Desde su situación de dependencia siente las necesidades como amenazas que fácilmente le pueden desbordar. Por ello es tan importante eliminar cualquier tipo de frustración y atenderle de inmediato. Aunque a lo largo del primer año es cada vez mejor capacitado para soportar cierta frustración, no conviene hacerle esperar intencionadamente; significaría añadir más frustraciones a su vida.

 Ciertos cuidados le pueden frustrar, como vestirle, bañarle, tomarle la temperatura etc. Busca siempre maneras para reducir la frustración; un chupete o un sonajero en sus manos desviará su atención y reducirá la frustración.

1 – 2 años: ¡NO ME GUSTA ESPERAR!

A partir del primer año el bebé es mucho más maduro y ya adaptado del todo al mundo. También es más consciente de sí mismo y de su entorno. Empieza a tener noción del ‘yo’. Se aleja de ti y vuelve con cierta frecuencia, entendiendo así los conceptos del ‘yo’ y ‘el otro’. Gracias a su capacidad para desplazarse se encuentra con ciertas frustraciones: se cae, se choca contra la puerta, no sabe abrir un cajón, te pierde de vista, etc. No son experiencias agradables, pero sí necesarias: le ayudan en la adquisición del ‘yo’. Si tiene que esperar a su comida, esta frustración le da una sensación del ‘yo’ (qué infeliz me siento), que al momento se le pasa cuando le das su plato (qué bien me siento ahora). Otro tipo de frustraciones surge cuando le prohíbes algo (no tocar el vídeo, no estirar la cola el gato, etc.). A partir de los 12 meses (en los niños precoces a partir de los 9 meses) debes enseñarle el significado del ‘no’. Se enrabietará y se enfadará. Las rabietas son la expresión de la frustración y son normales entre el primer y el tercer año. Todas son experiencias necesarias para que aprenda a tolerar cierto grado de frustración. Unos consejos:

 Si se enfada porque algo no le sale, como meter un bloque dentro del cubo, o por estar sentado en su cochecito en vez de correr por allí, no acudas a la primera. Estas frustraciones le ayudan a adquirir habilidades reguladoras, como intentar superar la dificultad, entretenerse con algo, calmarse chupando su dedo etc. La frustración puede inducir a un aprendizaje.

 Si está frustrado por un ‘no’ tuyo, no cedas ante sus lloros. Todo niño necesita límites; enseñárselo siempre conlleva momentos de frustración, pero ya no debes protegerle de ellos. Permítele que exprese su enfado; si lo hace de forma negativa (se autolesiona o te pega a ti), enséñale otras formas como pegar a un cojín, gritar, etc. Así entiende que la rabia es una emoción natural.

 Conviene evitar las frustraciones, relacionadas con su estado madurativo: adapta tu casa a su necesidad de explorar, déjale correr al aire libre al diario (no puede estar quieto durante mucho tiempo) y acuéstale a tiempo (el cansancio provoca fácilmente la frustración), etc. Al crearle un entorno armonioso y predecible, con normas claras, aumentas su bienestar.

2 – 4 años: ¡APRENDO A ESPERAR!

A esta edad ya es capaz de tener más paciencia. Puedes empezar a posponer intencionadamente algunas satisfacciones de tu hijo y exigirle un tiempo de espera. Si te pregunta: ‘Mamá, ¿juegas conmigo?’, le puedes decir: ‘Ahora no, pero cuando acabe con este trabajo, jugaré contigo’. Ya no es bueno satisfacer todas sus peticiones al momento, como en el primer año, ni intentar estar continuamente a su servicio, como en el segundo. Ahora puedes reclamar tiempo de espera. Así tu hijo va entendiendo que las necesidades de otras personas están a veces antes que las suyas. Y así aprende a esperar su turno y a jugar solo. Debes hacerlo de forma gradual: a medida que tu hijo vaya aceptando las frustraciones y mostrando más paciencia, aumentas los momentos de espera, teniendo en cuenta su carácter; un niño nervioso tiene en general menos paciencia que un niño tranquilo. En el tener paciencia y saber posponer satisfacciones influyen los genes.

Unos consejos:

 Explícaselo cuándo esperes de él cierta paciencia. Por ejemplo: ‘Cariño, ahora tengo que llamar por teléfono. No quiero que me molestes’. Un buen truco es dejarle hablar también: le gusta imitarte. Y procura que la espera no se alargue (5 minutos para un niño de 2 años ya es mucho tiempo). Elógiale efusivamente por su paciencia.

 Muchas frustraciones surgen cuando él no puede hacer algo como él quiere (‘hoy quiero mis pantalones cortos’). Este afán por imponerse tiene que ver con el descubrimiento del ‘yo’; de esta manera afianza su personalidad. Sé flexible: procura que él mismo pueda hacer algunas cosas a su manera, mientras en otras tú te impones. Ten presente que su afán por hacer las cosas por sí solo muchas veces le frustra, por un lado porque aún no tiene la habilidad necesaria y por otro, porque emocionalmente depende aún mucho de ti. Es una lucha interna entre la dependencia y la independencia.

 Ayúdale con los momentos que van a poner a prueba su paciencia (la espera en la tienda, las visitas). Prepárale ‘una caja sorpresa’ en la que pongas unos juguetitos que harán las delicias de tu hijo, como un agenda pequeño viejo, cochecitos, muñequitos, pegatinas, caramelos, etc. Añade de vez en cuando algo nuevo y resérvala para los momentos difíciles.

4 – 5 años: ¡SOY CAPAZ DE ESPERAR!

A esta edad el niño ya es capaz de colaborar con sus papás y posponer ciertas satisfacciones (si no fuera así y el niño no tolera ningún ‘no’, es hora de cambiar el rumbo educativo). Y es bueno que el niño haya aprendido a aplazar la gratificación inmediata, ya que le ayudará a mayor edad, tal como demostró el sociólogo Mischel. Hizo un estudio entre niños de 4 años: podían elegir entre una chocolatina al momento o dos, si esperaban 20 minutos hasta que él volviera. Los que sabían esperar hacían de todo para resistir la tentación: cantaban, hablaban a sí mismos, cerraban los ojos, etc. Los otros comían la chocolatina nada más alejarse el investigador. Mischel volvió a ver a los niños cuando tenían 12 años. Los que habían sido capaces de posponer su deseo, eran niños independientes con una autoestima alta. Soportaban cierto nivel de estrés y no se alteraban si no obtenían lo que querían. Los ‘impacientes’ disponían en mucho menor medida de estas cualidades.

Algunos consejos:

 Es de esperar que, a pesar de su mayor capacidad para esperar, a veces sus necesidades aún son muy urgentes. Por lo tanto las reacciones de tu hijo seguramente variarán: unas veces muestra una gran paciencia y otras estalla en un grito furioso: ‘Mamá, ven ahora’. Esta alternancia es normal a esta edad.

 Ayúdale a aumentar la tolerancia a la frustración de estas maneras: si no puedes ceder a su petición (‘no puedes comer galletas antes de comer’), explícale el porqué (‘si no, no tendrás sitio para la comida’) y dale una alternativa (‘puedo darte un trozo de zanahoria’). Y transmítele también tu comprensión: ‘Sé que es difícil esperar’.

 Relaciona sus emociones, como la ira, la impaciencia, la frustración con palabras. Explícale a tu hijo qué es lo que observas en él: ‘Veo que estás enfadado porque te hago esperar’. Al saber dar nombres a sus sentimientos, le es más fácil controlarlos.

Y por último, un aspecto muy importante para cada edad: elógiale mucho cuando se muestra paciente. En general tendemos a criticarle por su impaciencia, pero elogiar su paciencia es mucho más efectivo. Y si tú misma también eres paciente, le ayudas aún más.

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Este artículo apareció en la revista Crecer feliz, 2003

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