EL PRIMER DÍA DE CLASE

Coks Feenstra · Psicóloga Infantil

7 de septiembre de 2012

EL PRIMER DÍA DE CLASE

Mi hijo Thomas ha cumplido tres años y va a cambiar la guardería por el colegio. Le he comprado una mochila, un chándal y un estuche con lápices de colores.

Todo está a punto. Solo hace falta que tenga ánimos y que la maestra sea simpática.

La mañana del primer día lo llevo al colegio: vamos andando, porque, como todo en nuestro pequeño pueblo, está cerca de casa. Thomas no habla mucho durante el camino, pero esta es su forma de ser; es un niño tranquilo. La puerta del colegio está entreabierta; algunas madres y sus hijos ya están el el aula. En cuanto la maestra nos ve, viene hacia nosotros y se presenta a Thomas. Hablo un poco con ella y con las otras madres sobre temas triviales como el tiempo, la lotería. Parece que todas intentamos aplazar el momento de la despedida. Cuando veo que Thomas ya está jugando con otro niño, le doy un beso y me alejo con un ‘Hasta luego, cariño’. Levanta la mirada y me pregunta: ‘Mamá, si lloro, ¿vendrás?’.

Me voy a casa y me encierro en mi despacho. Por fin podré terminar el artículo que empecé a escribir al principio del verano. Con mis tres hijos en casa me es imposible trabajar. Ahora tendré unas horas de tranquilidad, algo tan anhelado en estos meses. Sin embargo, me cuesta concentrarme. La última pregunta de Thomas no se me va de la cabeza. ¿Lo pasará bien? ¿La muestra le atenderá bien? Thomas no es un niño que reclama atención con facilidad. Espero que ella se dé cuenta. ¿Debería ir a la hora del recreo, cuando los niños salen al patio para ver cómo está? Otras madres lo hacen y de paso les llevan el bocadillo del almuerzo. Esta ‘excusa’ no me sirve, porque soy de estas madres que siempre lo preparan todo, hasta el último detalle. Pero igualmente puedo ir a verlo ¿no es verdad?

A las once de la mañana estoy detrás de la verja que separa el patio del colegio de la calle. Veo enseguida a Thomas, que está apoyado en un árbol observando el juego de dos niños. Lleva el bocadillo en la mano. De repente, levanta la mirada y me ve. Viene corriendo hacia mí. ‘Mamá….’ Y rompe a llorar. ‘Cariño, ¿qué te pasa? ¿NO te va bien?, le digo preocupada y con un sentimiento de culpabilidad (no debería haber venido). Se acerca la maestra y le acaricia el pelo. ‘Cariño, tranquilo’, le dice, y se dirige a mí: ‘Ha estado muy bien todo el tiempo, no sé qué le pasa ahora, será mejor que no vengas más’. Thomas sigue llorando.

Me voy a casa con pesadez, como si llevase plomo en los zapatos. A vueltas con el artículo, no dejo de pensar en las lágrimas de Thomas. ¿De dónde vendrán? Creo que lo comprendo: según la maestra todo iba bien, y así debe haber sido, pero, aunque Thomas es un niño sociable y fácil de llevar, a veces le cuesta más de lo que deja entrever. A fin de cuentas no resulta tan fácil adaptarse a una situación en la que todo es nuevo: los amigos, la maestra, las normas. Todo ello requiere un esfuerzo de su parte. Por esto ha llorado cuando me ha visto, ya que en este momento ha dejado ir las tensiones acumuladas y ha necesitado desahogarse. Conforma vaya cogiendo confianza, se sentirá más seguro.

A la una de la tarde me acerco de nuevo al colegio para recogerlo. Ya están en la entrada la mayoría de las madres. Todas se hacen la misma pregunta: ¿Cómo les habrá ido? Se abre la puerta y los niños salen ordenados en fila india. Thomas es uno de los primeros. En cuanto me ve me ofrece una gran sonrisa y me susurra al oído: ‘¿Sabes qué? ¡Nadie me ha pegado!’. Noto alivio en su voz. Me parece que mi reflexión matinal ha sido correcta.

LA MORALEJA

Es normal que los niños reserven sus sentimientos y conductas más intensos para sus padres. Durante la primera infancia, el comportamiento más vigoroso y difícil tiende a estar dirigido hacia ellos. Los padres son el ‘puente’ seguro al cual los niños regresan; dejan de lado sus controles y pueden llegar a expresar sus emociones más angustiosas. Esta es la razón por la que a veces el niño, tras un día en la guardería o una estancia en casa de familiares, rompe a llorar o se comporta mal en cuando está de nuevo con sus padres. A medida que el niño madura, se siente cada vez más seguro, por lo que las despedidas y los reencuentros llegarán a ser más fáciles.

Unas pautas para los de 0-3 años que facilitarán su entrada en la guardería o el centro escolar:

• Tu hijo capta nítidamente tus sentimientos sobre la separación. Así que transmítele confianza y acepta que parte de la educación consiste en ¡soltarle! Por ello, es importante que estés convencida del centro elegido (si no fuera así, debes buscar otro).

• Despídete de tu hijo. Irte en un momento de descuido sin decirle nada es contraproducente. Cuando se da cuenta que ya no estás, se asustará y temará tu ausencia en otros momentos. Hasta los bebés entienden el acto de la despedida, no por las palabras, sino por la actitud de su mamá o papá.

• La despedida debe ser corta. Dale un beso y dile cuándo le recogerás con una referencia clara. P.ej. ‘Mamá vendrá después de comer’. Aún no entiende de horas. Este momento suele ser difícil para todo niño, así que probablemente llore. Con ello expresa su dolor por tu salida, pero seguramente al momento y consolado por su maestra, se le pasará. Si dudas, llama más tarde al centro.

• Procura que lleve su mascota o su trapito del alma. Algunos pequeños prefieren llevar algo de la mamá, como un pañuelo con su olor que ‘cuidan’ en su ausencia. Estos objetos forman un puente entre la casa y el colegio.

Pautas para niños de 3 a 6 años:

• Conecta con sus sentimientos en el momento clave. Si le notas nervioso, dile algo como: ‘Veo que estás nervioso. Es normal, nos pasa siempre ante algo nuevo’. O ‘no te gusta que me vaya ¿verdad? Para él es un apoyo saber que le entiendes. Transmítele confianza y mantén una actitud positiva.

• Si tu hijo tiene una reacción física (dolor de cabeza, del estómago, vómitos etc.), aplica la misma pauta: reconoce su dolor. Y créele, ya que seguramente siente dolor de verdad por la ansiedad. Prepárale una manzanilla o dale unos besos sobre la zona dolorida. Y tranquilízale. ‘Ahora se te irá el dolor, ya lo verás. No te preocupes. Si no es así, la maestra me llamará e iré a buscarte’. Una vez entrado en el aula, la compañía de los niños y los juegos seguramente le harán olvidar su molestia.

• Recógele puntualmente. No es bueno que vea que los demás niños se van y él aún está allí. Le creará angustia y el lugar adquirirá una connotación negativa para él.

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Fotos: Fabian Langeveld

El relato personal es uno de los capítulos del libro:

‘El día a día con los hijos, reflexiones de una madre psicóloga’ Coks Feenstra, Ediciones Médici.

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