¿CÓMO LIDIAR CON LAS CONDUCTAS QUE NO NOS AGRADAN?

Coks Feenstra · Psicóloga Infantil

26 de septiembre de 2012

¿CÓMO LIDIAR CON LAS CONDUCTAS QUE NO NOS AGRADAN?

Todos los padres vivimos momentos con nuestros hijos que nos hacen sentir no solo vergüenza e incomodidad, sino también zozobra por no saber cómo reaccionar. Aquí te ofreceré las pautas más indicadas.

Una escena muy conocida: en el supermercado tu pequeño, de 17 meses, se tira al suelo, dando patadas y gritando ‘Quiero cuches’. Sabes que debes intervenir, pero no se te ocurre cómo. Lo que en este momento te vendrá bien, es tener ¡conocimiento del desarrollo de su cerebro! La ciencia de este campo avanza a pasos gigantescos y esto nos ayuda a entender el porqué de tales conductas. Desde la comprensión hasta las pautas educativas no hay tanto trecho.

LA NATURALEZA DEL NIÑO PEQUEÑO (1-5 años)

Las conductas del niño las observamos y analizamos desde la perspectiva de un adulto. La clave reside en entender cómo él está en el mundo y cómo él vive las cosas. Debemos tener presente estas tres leyes vitales:

1. El niño es un ser emocional antes que racional. Si algo le frustra, decepciona, apena o hace rabiar, su cerebro está por completo dominado por la amígdala. Es la zona donde se hallan las emociones. Ante una emoción fuerte la amígdala pone en marcha una reacción primitiva y arcaica: actuar en vez de pensar. Esta zona bloquea el camino hacia la corteza cerebral donde reside el razonamiento. Esta reacción en sí es útil en caso de un peligro y emergencia, pero no cuando tú le prohíbes los cuches del supermercado. Su amígdala impide que entre en acción su raciocinio. La parte en la que residen las emociones, está más desarrollada al nacer y además, sigue creciendo a un buen ritmo en los primeros dos años. Esto hace que las conductas del niño, mucho más que las de un adulto, se dejen llevar por la emoción. Tenlo en cuenta.

2. El auto-control viene con los años. Dura toda una infancia y parte de adolescencia para aprender a controlar las emociones. La capacidad para suprimir conductas impulsivas empieza a desarrollarse entre el 2º y 3º año de vida y está estrechamente relacionado con el crecimiento de la corteza prefrontal del cerebro. Una primera señal de ello es que tu hijo está excitado sobre algo y que aun así logra contártelo con una voz contenida. O que le das una chocolatina que él guarda para después. Este desarrollo va rápido entre el 3º y 4º año, después se ralentiza hasta su 7º año de vida y se finaliza al terminarse la adolescencia. Hasta incluso los adultos a veces perdemos los estribos. No solo es el enfado que le cuesta controlar; también los nervios, la excitación, la tristeza, las tensiones hasta la alegría (aunque esto no nos molesta).

3. La empatía la aprende poco a poco. Entender que el otro siente algo distinto a él, no lo entiende el niño en sus primeros años de vida. El es egocéntrico y el mundo gira en torno a él. Por lo menos necesita unos dos años (largos) para darse cuenta que los demás no sienten lo mismo que él. Solo cuando domina el concepto del ‘yo’, es capaz de entender que el otro al que le empuja, no está feliz con su acción. Hasta los 4 años no podemos esperar una gran dosis de empatía en el pequeño, pero sí podemos ayudarle a desarrollo. Lo veremos a continuación.

SITUACIONES DIFÍCILES Y SUS REMEDIOS

Ahora se trata de utilizar estos conocimientos en la práctica del día a día. Veamos cuatro situaciones comunes en cualquier familia:

Se tira al suelo, da patadas, grita y agita vigorosamente los brazos. Se resiste a levantarse y no atiende a razones

EL PORQUÉ: es un ejemplo de que tu hijo todavía es un ser emocional por excelencia. El canaliza sus emociones a través de su cuerpo (estirarse, darse golpes, pegar, etc.). Aún no dispone de palabras para expresar sus emociones. Su amígdala está al mando.

¿QUÉ HACER?: acércate a él, acaríciale su cabeza (si le gusta) y háblale en voz suave. Explícale su emoción: ‘veo que estás muy enfadado….’. Esto reduce la emoción a algo que se puede nombrar y sobre lo que se puede hablar. Esto le calma. Así conectas la parte racional de su cerebro con la parte emocional. Espera y repite tu frase. Ya algo calmado, desvía su atención, aludiendo a su raciocinio: Y ¿si ahora te fueras a buscarme la leche?’. También puedes decirle, una vez calmado, que no está bien comportarse así. Lo que debes evitar a toda costa, es ceder ante su deseo. En este caso le enseñarías que las rabietas tienen el efecto deseado y estas aumentarían.

Es agresivo con sus compañeros, les pega, les quita los juguetes y a veces muerde. A veces nos pega a nosotros.

EL PORQUÉ: No entiende la distinción entre el ‘yo’ y el otro. No se siente muy seguro y está a la defensiva. El que se acerca demasiado dentro de su espacio personal, probablemente lo viva como una amenaza. Por ello se activa su amígdala.

¿QUÉ HACER? Sé cariñosa con él y dale muchos mimos para que se sienta querido. Al mismo tiempo debes ser constante y clara: en cuanto agrede, le coges las manos y le dices ‘no, eso no’. Puedes enseñarle a dar caricias en vez de golpes. O bien le das un cojín al que pueda pegar. Corrígele cada vez. Actúa rápido para que entienda qué es la conducta que desapruebas. Explícaselo el motivo: ‘Esto hace pupa’. Así le enseñas una palabra para el dolor. Utiliza este término también cuando él se hace daño. Si tiene 2 ó 3 años, opta por apartarle en este momento, sentándole en una silla. Debe permanecer allí tantos minutos como su edad (con tres años tres minutos). Elógiale mucho cuando se comporte bien. En la guardería deben seguir las mismas pautas.

No sabe compartir, se adueña de todo lo que ve y no quiere dárselo a sus amiguitos.

EL PORQUÉ: está en el proceso del aprendizaje del ‘yo’. Los juguetes forman parte de este ‘yo’, le hacen sentirse seguro. Mientras no domina aún el sentido del ‘yo’ bien establecido (ocurrirá entre el 3º y 4º año), le es difícil compartir. Influye más su madurez cerebral que su buena voluntad.

¿QUÉ HACER?: No seas muy exigente. Sé diplomática, llevándote objetos suyos y haciendo turnos (‘ahora tu amigo, luego tú’). Si ya tiene 3 años, hazle saber cómo se siente el otro: después de una pelea, cálmale primero y pregúntale a continuación cómo se sentirá su amiguito. Así haces un link entre la parte emocional del cerebro del tu pequeño con la zona racional. Esto es la base de la empatía. Hacerle bromas también le enseña a adivinar lo que está en la mente del otro. Sobre todo a los papás les encanta hacer bromas a sus hijos. Esto es bueno.

Corre de un lado para otro. Es imposible ir con él a ningún sitio o utilizar el transporte público. Ir al pediatra es todo un suplicio.

EL PORQUÉ: está todavía en la etapa del desarrollo motor grueso lo que le hace ser impaciente por poner sus músculos a tono. Necesita moverse.

¿QUÉ HACER?: Procura que a diario tenga plenas oportunidades para correr, moverse a sus anchas y jugar. Jugando el niño se prepara para la vida real y adulta. Y es a través del juego que empieza a dominar los impulsos y las emociones, en otras palabras, a controlar su amígdala. Puedes proponerle un juego de rol en estos momentos difíciles: ‘Jugamos a que tú eres el guardián del autobús que debe sujetar este pilón ¿Vale?’. Y llévate siempre cosas para que se entretenga sentado, como folios, plastilina, una maquinita, etc.

UN ENTORNO ÓPTIMO PARA EL DESARROLLO CEREBRAL

Los bebés y niños pequeños tienen una curiosidad innata por justo aquello lo que precisamente necesitan en aquel momento para un buen desarrollo cerebral. Por ejemplo: desde los primeros meses el bebé se fija más en el lenguaje que en otros sonidos y así desarrolla el lenguaje maternal. Y cuando ya entrenó suficientemente sus movimientos y el equilibrio, se pone de pie por primera vez. Tiene un esquema interior, un plan preconcebido que le ayuda a crecer adecuadamente. En los primeros dos años lo más importante es el desarrollo de la zona emocional de su cerebro. Cuánto más le entiendes y dejas de lado los castigos, enfados y palabras feas, más armonioso será su evolución. Castigarle por sus rabietas es contraproducente, ya que suma sensaciones desagradables a las que ya vive. Acompañarle en sus emociones, dándoles un nombre (‘estás enfadado, quieres seguir jugando en vez de ir a la cama, lo entiendo’), es mucho más pedagógico. Lo bueno es que el cerebro se vaya evolucionando día tras día. Cuando ya tiene cuatro años, es capaz de dejarte hablar por teléfono sin molestarte en cada momento y entrar en una tienda sin pedirte de todo. Y esto es así en parte por la educación recibida y por otra gracias al desarrollo de su cerebro.

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