EL JUEGO DE LAS CUATRO MANOS

Coks Feenstra · Psicóloga Infantil

9 de marzo de 2021

EL JUEGO DE LAS CUATRO MANOS

Hace unos días estaba con mi nieta, de dos años y medio, en una cafetería. Era la hora de la merienda. Al fondo del local se encontraba un tipo de parque hinchable, provisto de un laberinto, un túnel, pelotas...

Ella, que desde pequeñita sabe muy bien lo que quiere, me guió hacia aquel aparato. Le quité sus pequeños botines que ella misma guardó en un armario, reservado para aquel fin. Es muy aseada, mi nieta. Iba inspeccionando todos los demás zapatos y me señaló unos pequeños de color rosa, decorados con figuritas de princesas. Su mensaje era claro: ‘abuela, ¡éstos me gustan!’ Las dos los admiramos un rato.
‘¿Entras, cariño?’ le dije, mientras señalé la pequeña entrada del recinto. ‘Si’, me dijo. Se asomó, sin entrar del todo. Me senté cerca de la entrada, asomándome un poco para ver lo que pasaba dentro. Noté que había algo por lo que la niña no se atrevía a entrar del todo. Vi dos niños saltando y deslizándose como auténticos monos. ‘Ah, son estos niños… que te dan miedo’ pensé para mí misma. Era comprensible porque los dos, de unos 7 años, revolucionaron todo el espacio. Me quedé mirándoles, mientras mi nieta jugaba en la entrada con una pelota. Al rato los dos se tumbaban en el suelo boca abajo. Empezaron a jugar con sus manos. Oía cómo uno le decía al otro: ‘Mira, pon las manos así…’. Le mostró al otro cómo debía hacerlo. Ahora hablaban en susurros, inventando fantasías, mientras sus manos se movían armoniosamente al unísono. Parecía una función de marionetas que bailaban al mismo ritmo. No pude dejar de observarlos. Había algo especial en su juego, algo distinto que no sabía cómo interpretar. De repente lo entendí: ‘son gemelos idénticos. No pueden ser hermanos ni amigos, hay algo más. Su juego lo revela’. Me asomé un poco más, intentando ver sus caras y su silueta. Efectivamente tenían la misma estructura física y eran iguales en altura y peso, por lo que pude ver desde mi sitio. Se me corrió un escalofrío por todo el cuerpo.
‘Son gemelos’, le dije a mi nieta que repetía extrañada la palabra. ¿Gemelos? ‘Sí, cariño, son dos bebés que nacen juntos’. Ella levantó dos dedos, desde su último cumpleaños entiende el concepto ‘dos’. Me reí y la besé, mientras seguía observando los niños. Al rato terminaron su juego y volvieron a sus actividades de mono, deslizándose entre risas y gritos una y otra vez.
En otro momento vi cómo de nuevo se tumbaron en el suelo. Uno empezó a dar patadas al otro que no reaccionó. No me gustó aquel ‘juego’. Las patadas no eran exactamente suaves. Lo raro era que al otro no le parecía alterar. ‘Son como cachorros que salen del nido y ponen a prueba su fuerza física’, pensé para mí misma. Esta forma de ‘jugar’ parecía algo habitual entre ellos.
Al momento se levantaron de nuevo y empezaron a jugar con una pelota, ya más calmados. Fue entonces cuando mi nieta decidió entrar y probar el túnel. Se subía por los peldaños, se deslizaba por el tobogán y vuelto a empezar. Observé cómo jugaba. Ella también es enérgica y entusiasta, pero su juego transcurrió a un ritmo totalmente distinto al de los (supuestos) gemelos.
Mientras la observaba, se acercaba una madre. Debía ser la de los chicos. Le pregunté si eran gemelos. ‘Ah, sí, son gemelos. Son muy brutos. Si vieras cómo juegan……’ me dijo.

Sí, lo había visto, pero también había presenciado otro juego suyo, hermoso y armonioso como pocas veces se ve.

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