La familia es, en definitiva, la primera escuela de la moral. Es allí donde el niño aprende quién es, quienes son los demás y cómo nos comportamos unos con otros. Pero ¿cómo ejerce su papel de transmisora de valores? Hay cuatro modos de enseñar:
EL EJEMPLO PATERNO
Muchas veces los padres transmitís vuestros valores a los hijos de forma inconsciente mediante el ejemplo. A diario se presentan numerosas ocasiones que os brindan la oportunidad de una enseñanza de la moral. Pej si solucionáis vuestras desavenencias mediante el diálogo y la comunicación, los hijos aprenden que éste es el modelo a seguir. Y si sois honestos con ellos, él también lo será. Esto es más poderoso que cualquier sermón sobre la importancia de no mentir. No es necesario que seáis perfectos: los niños también aprenden de aquellos valores a los que aspiráis, sin dominarlo por completo. Un ejemplo: un padre está a punto de enfadarse muchísimo y de explotar. Tiene los puños levantados, su cara refleja enfado, los labios apretados, pero en el último momento sale del escenario y se retira para serenarse. Esta situación le da al niño una valiosa lección sobre el autocontrol.
EL ESTILO EDUCATIVO
Cada estilo lleva implícito unas normas. Pej el estilo autoritario no enseña el respeto, sólo la obediencia ciega; el estilo permisivo tampoco lo enseña; sólo crea niños tiranos. El estilo sobreprotector crea niños inseguros y pendientes de los adultos. Es el estilo democrático el que enseña al niño sus derechos y sus obligaciones; le impone límites y normas, con lo cual el niño aprende el autocontrol (un valor muy importante dentro de la escala de valores, como veremos a continuación).
EL CONTROL DE LAS INFLUENCIAS EXTERIORES
Desde el primer año de vida el niño es susceptible a las influencias externas, como los libros, la tele, los videojuegos, las películas. Los padres debéis ser un filtro. Es más importante de lo que podemos imaginarnos. Según la Academia Americana de Pediatría un preescolar que a diario ve dos horas de dibujos animados está expuesto a diez mil escenas violentas cada año. Cuando el niño acabe Primaria, habrá presenciando ocho mil asesinatos. Además, es preocupante el mensaje subliminal que se transmite sobre la violencia: la investigación de D. Shrifrin, en la que a lo largo de tres años, cuatro Universidades analizaron más de diez mil horas de programación, probó que “los malos” nunca mostraban remordimiento ni eran castigados, las víctimas no expresaban dolor y gran parte de los actos violentos eran perpetrados por los héroes o por personas atractivas. La violencia era tratada como algo deseable, normal, necesario e indoloro. Sabemos, además, por otros estudios que presenciar escenas agresivas (en la tele, en videojuegos….) aumenta la agresividad en el niño. No hay duda de que debéis controlar el contenido de lo que ven vuestros hijos y el tiempo que pasan delante de la pequeña pantalla.
LA ELECCIÓN DE JUGUETES
Los niños necesitan juguetes, porque les ayudan a entender el mundo, a asimilar experiencias, superar problemas, etc. Pero no cualquier juguete sirve. Debe tratarse de juguetes que fomenten estas posibilidades y desafortunadamente actualmente muchos no cumplen estas normas. Abundan los juguetes electrónicos, los mecanizados que no dejan lugar a la creatividad del niño y que tienen un uso limitado. Optemos por los tradicionales sin limitación por el sexo del niño: las muñecas o muñecos, las casitas, pelotas, los que representen vocaciones (bombero, médico, mecánico, granjero, camionero, profesor, etc.). Y también ofrecerles posibilidades para manipular los elementos básicos: el agua, el barro, la arena, la plastilina, los objetos del hogar para imitar a los papás. ¿Qué pensar de los juguetes bélicos? Todos los niños juegan a guerras y se inventan -o piden- pistolas. Incluso en países donde no hay juguetes, utilizan un palo o el dedo para “disparar”. En parte lo hacen para expresar sentimientos de agresividad y en parte para dominar su miedo a la violencia y a la muerte y su inseguridad. Jugando a matar el niño vive una sensación de poder, por eso no hay que prohibirle este juego. Tampoco hay que alentarlo. Por ello no conviene comprarle pistolas sofisticadas, porque le daríamos a entender que nosotros apoyamos la violencia pero sí pistolas de agua. Y se puede ofrecerle otras alternativas de juegos que también incrementan su sensación de poder, como la carpintería (trabajar con el martillo), la costura, la cocina o actividades en la naturaleza: construir cabañas o fuertes, hacer cambiar el corriente de un riachuelo, lanzar piedras sobre el agua o buscar tesoros naturales. También los deportes ofrecen un medio estupendo para descargar tensiones y combatir inseguridades.
Quisiera comentar un aspecto más relacionado con los juguetes. No hay que sobrepasar la cantidad: a mayor número, menor creatividad. Además conviene evitar la trampa del consumismo, otro valor importante. Y otro aspecto esencial: compartir juegos con él y ser su cómplice de vez en cuando. Así dentro de la familia le enseñáis que estar juntos es importante y que el tiempo en familia es parte esencial de vuestra vida. Esto le enseña la importancia de la unión, el cariño por el otro. Le hace sentirse querido, con lo cual a su vez aprende a quererse a sí mismo y al prójimo. ¡Qué diferente es esto con mandarle a ver la tele a la primera de cambio!
Hasta ahora hemos hablado de cómo le transmitimos valores, pero mirado ya los cuatro modos, conviene detenernos en qué valores le transmitimos. Lo enseñado debe ser lo correcto. Enumeré siete valores y las técnicas para inculcárselo a los hijos:
LA EMPATÍA: es la capacidad de identificarse con el prójimo, llegando a sentir y comprender las emociones ajenas. Todo niño nace con el don de la empatía (podemos ver a un niño de dos años que ofrece su chupete a otro que está llorando), pero también es fundamental fomentarlo. ¿Cómo?
Conectándose con sus sentimientos: ‘veo que estás triste, enfadado…..’ No criticar sus sentimientos sino ser empáticos con él. La diferencia está en ‘es ridículo que te preocupes por esto’ o ‘veo que esto te preocupa’.
Aprovechando situaciones para enseñarle a ver las cosas desde la perspectiva de otra persona. ¿’Cómo se sentirá Juan ahora que no le dejas jugar?’
Mediante libros sobre sentimientos; el juego del abecedario de las emociones, juegos de rol, etc. Es especialmente importante para los varones, porque según los más recientes estudios tienen en comparación con las niñas, cierta dificultad para conocer y expresar sus sentimientos; en ello influye la estructura cerebral que es diferente para niños que para niñas.
LA CONCIENCIA: la capacidad de distinguir entre el bien y el mal y actuar en consecuencia. El niño lo aprende de sus padres; vosotros representáis para él en los primeros tres años su conciencia. A partir de esta edad ya tiene cierta noción del bien y del mal, pero no es hasta los seis años cuando su conciencia está formada. Hasta esta edad, cuando se comporta bien, lo hace para agradar os a vosotros y evitar el castigo. El siguiente estadio, que aparece entre los seis y los ocho años, es que lo haga para sentirse bien consigo mismo. Desde el principio de este proceso, podéis fomentarlo con ciertas actitudes:
Exigiéndole buenas conductas y corrigiéndolo cuando no actúa correctamente, con métodos como la pausa obligada durante unos minutos (mandarle al pasillo), o la retención de privilegios (como no dejarle ver su programa favorito).
Elogiándole por sus buenos actos y explicándole el porqué. Por ejemplo, si confiesa una trastada es mejor elogiarle por su honestidad y decirle por qué lo hacemos que castigarle por la trastada en sí.
Siendo constantes, claros y consecuentes en cuanto a las normas, actuando de modo congruente y previsible.
Y por último, recurriendo de nuevo a los libros, en este caso a los que alaban virtudes y buenas acciones de sus protagonistas, y dedicando un rato después de leerlos a comentarlos.
EL AUTOCONTROLl: la capacidad de controlar los impulsos y anteponer el razonamiento. No es innato en el niño, todo ser pequeño es impulsivo por naturaleza, pero lo aprende gracias a vuestro ejemplo y las correcciones:
Enseñándole a esperar. Durante sus primeros meses, atender al bebé enseguida favorece su confianza y su seguridad. Sin embargo, a partir del primer año conviene no dárselo todo de inmediato; a medida que vaya creciendo, debemos enseñarle a esperar su turno, por ejemplo para hablar, o a no tener este juguete que quiere hasta que llegue su cumpleaños. Un poco más adelante deberá aprender también a ganarse cosas él mismo (puede ahorrar, conseguir dinero con pequeños trabajitos en casa……).
Elogiarle por sus esfuerzos al margen de los resultados; animarle para que persevere y no hacer las cosas por él que ya sepa hacer él mismo. No evitarle frustraciones, problemas, etc.
Enseñarle técnicas para lidiar con sus sentimientos, como respirar hondo, retirarse, chutar una pelota, hablar en vez de pegar, etc. El enfado en sí no es malo, pero el niño necesita aprender maneras para expresarlo.
LA BONDAD: a pesar de que el niño es egocéntrico en los primeros años de su vida, tiene una capacidad innata para ser bueno con los demás e interesarse por ellos. La fomentaréis:
Aprovechando todas las ocasiones que surjan espontáneamente para enseñarle a hacer el bien a los demás (levantándonos para dejar sitio a una persona mayor en el autobús, ofreciéndonos a ayudar a alguien para llevar una bolsa pesada….) y explicándole el porqué.
Elogiándole por sus acciones buenas y criticando y exigiéndole que cambie las acciones crueles o aquellas que muestran indiferencia hacia los que le rodean.
Introduciendo en su vida el osito “Buenazón”. Se trata de lo siguiente: los días en los que el niño haya sido bueno, le dejaremos a “Buenazón” sobre la almohada (anteriormente le explicamos qué es este osito y qué representa). Y, cuando lo encuentre, le animaremos a explicar por qué piensa él que merece dormir junto a “Buenazón”, cuál ha sido su buena acción del día y cómo se sintió realizándola.
Le animamos desde pequeño a participar en acciones solidarias, como regalar sus juguetes antiguos a niños pobres, llevar los periódicos al contenedor del papel, etc.
EL RESPETO: el respeto hacía los demás y hacía sí mismo lo aprende de vosotros cuando le tratéis de un modo respetuoso. Y lo fomentáis con estas actitudes:
Escuchándole atentamente y respondiéndole cuando cuente algo, reservando todos los días tiempo para estar con él……
Las expresiones como “gracias”, “por favor”, o “perdona” forman parte del vocabulario.
Corregirle su grosería y sus actitudes irrespetuosas en el momento en el que las muestre e imponen reglas respetuosas dentro de la familia, como “en esta casa nos escuchamos, no nos insultamos”. Acuerda con el niño una señal de aviso que le indique cuándo se está pasando de la raya. Así se puede llamarle la atención sin que otras personas se enteren.
LA TOLERANCIA: es el saber respetar la dignidad y los derechos de todas las personas, independientemente de su raza, sus creencias o su cultura.
Los niños no nacen con prejuicios, pero sí se contagian de los de sus padres; los perciben y los imitan. Por lo tanto para transmitir el valor de la tolerancia vosotros, los padres debéis comenzar por buscarlo en sí vuestros mismos. Nadie ha crecido en una sociedad libre de prejuicios y en el ser humano hay un mecanismo que le hace temer lo desconocido y lo extraño. Para ser capaces de respetar a las personas que piensan de forma diferente o que pertenecen a otra cultura, lo mejor es tratar con ellas, conocerlas, interesarse por sus vidas y sus problemas. Es en el nivel personal donde desaparecen los prejuicios y empieza el enriquecimiento mutuo. Y una vez que alcancéis esta riqueza, podréis hacer partícipe de ella a vuestro hijo. ¿Cómo? Con actitudes diarias muy sencillas:
Rodeándole de afecto y aceptándole como es, con sus rasgos y sus peculiaridades, incluso con aquellos que no nos resulten familiares ni deseados (por ejemplo, el exceso de timidez o de actividad). Si no tratamos de cambiar su carácter, aprenderá a aceptar a los demás.
Evitando comentarios discriminatorios sobre otras personas por su cultura, aspecto, raza, clase social, etcétera, ya que siembran la intolerancia en el niño.
Procurando que vuestros hijos conozcan a personas de otras razas, de otra clase social o de otras culturas y que jueguen y realicen diversas actividades con ellos.
Contándole cuentos sobre la multiculturalidad, que le ayuden a acercarse de una forma divertida a otros modos de pensar y estilos de vida.
LA JUSTICIA: se trata de ser justo y honesto con los demás. El desarrollo de esta actitud pasa por diferentes estadios a lo largo de la infancia: al principio para el niño la justicia está relacionada con lo que él recibe en comparación con otros. En torno a los 6 años conoce el concepto de la reciprocidad: te doy algo si me das algo a cambio. A partir de los 8 años es capaz de dar algo sin esperar nada a cambio. Se fomenta este valor dentro de la familia:
Ser justos con él, no compararle con sus hermanos o con otros niños, aceptar que cada uno es diferente y que es bueno que esto sea así.
Admitir vuestros propios errores, demostrarle que cuando os equivocáis sois capaces de reconocerlo y de rectificar.
Corregir aquellas conductas del pequeño que sean injustas y explicándole en cada ocasión por qué no son adecuadas.
UN CAMINO CON OBSTÁCULOS
Ya hemos analizado el cómo y el qué en la enseñanza de los valores que se realiza en el seno de la familia. Pero vivimos en una sociedad que tiene unas características que no favorecen en absoluto este aprendizaje moral y que, probablemente, están en la raíz de algunos problemas que sufre la juventud hoy en día. Miremos cuáles son los obstáculos y a continuación cómo contrarrestar su influencia:
Una de estas características es la falta de tiempo. Se calcula que los padres hoy día dedican un 40% menos de tiempo a sus hijos que hace tres décadas. Y esto es preocupante: para la transmisión de valores hay que estar con los niños. Si el niño está con varias cuidadoras, el desarrollo de la empatía –para dar un ejemplo- se dificulta. Y esto es algo serio: la violencia de niños mayores a otros más pequeños refleja una falta total de empatía (pensemos en lo ocurrido en Inglaterra, cuando dos niños de sólo unos 9 años se llevaron a otro pequeño de dos y lo mataron). Lo mismo sucede con el autocontrol, ya que cada adulto tiene una visión distinta sobre cómo enseñárselo.
Otro factor es el ritmo de vida acelerada y el estrés que conlleva: éste hace a los padres menos sensibles a las necesidades de sus hijos y disminuye su capacidad para educar bien. Además, debido al estrés se recurre con más frecuencia al uso de la televisión o videoconsola.
¿CÓMO CONTRARRESTAR ESTOS OBSTÁCULOS?
El niño pequeño, para sustituir a sus papás, necesita una cuidadora fija y estable con valores semejantes a los paternos. Que haya una continuidad y que la persona sustituta sea parte de la familia. O, si se opta por una escuela infantil, elegir una con personal fijo y pocos niños por cuidadora. Lo idóneo es que los padres opten por una jornada laboral reducida. Aquí el papel de la Sociedad es importante: hay países con mejores oportunidades que otras, como pej Suecia, que ofrece un año de baja por maternidad y la posibilidad de que, durante los primeros ocho años del pequeño, la madre o el padre opte por una jornada del 70%.
Mientras los niños sean pequeños y aún necesiten mucho de sus papás, conviene que éstos hagan un alto en su vida y pongan prioridades. El trabajo se puede retomar a marcha completa pasados unos años, pero la infancia de los hijos nunca vuelve. Por esto es tan importante pasar con ellos el mayor tiempo posible. Es cuestión de seguir el propio ritmo al compás de las necesidades de los hijos en lugar de correr al que nos impone la sociedad.
Y lo más importante de todo: disfrutar de la educación de los hijos; es la relación humana más impactante que existe. Ellos nos necesitan, pero nosotros también los necesitamos a ellos. Son nuestros hijos quienes, con su inocencia, sus preguntas honestas y su alegría por vivir nos conectan realmente con los valores básicos de la vida y nos inspiran a luchar por un mundo mejor. Así que démosles toda nuestra atención, nuestro cariño y nuestro tiempo. Ya que, como dice un proverbio mayo:
‘En el niño reside el futuro’