¿CÓMO CORREGIR A LOS HIJOS?

Coks Feenstra · Psicóloga Infantil

24 de junio de 2013

¿CÓMO CORREGIR A LOS HIJOS?

Para muchos padres la obediencia de sus hijos es un tema complicado. Se preguntan cuándo empezar con las normas, cómo enseñárselo y qué hacer cuando no les hacen caso.

Gran parte de las preguntas que los padres me hacen, están relacionadas con la obediencia. ‘Se ríe cuando le prohíbo algo’, nos escribe Susana, madre de un hijo de 18 meses. ‘Cuando le llamo la atención, siempre me contesta’, se queja Javier de su hijo de 5 años. ‘Si le pido que recoja su habitación, se encoge de hombros y se va’, comenta Laura, con una adolescente en casa. El problema no conoce edades.

OBEDIENCIA VS DESOBEDIENCIA
‘Está en la naturaleza del niño desobedecer a sus padres’, afirma Daniel Marcelli, psiquiatra infantil de Poitiers (Francia). ‘Desobedecer es para él una oportunidad de explorar el mundo y la relación de sus padres. Necesita saber dónde está el lugar de cada uno’. No obstante, los niños también tienen un afán de obedecer a sus padres; quieren que estén contentos de él. Se debaten entre estos dos impulsos, vehementes en mayor o menor grado según su edad y carácter. La capacidad de los padres para ejercer su autoridad (viene del latín auctor, ‘el que instruye’) es un factor decisivo en si el hijo será un ser obediente o no. Éste es el quid del asunto. Hoy en día a los padres les cuesta imponerse y exigir la obediencia de sus retoños. Veamos por qué motivos.

LA ERA DEL NIÑO REY
Los hijos hoy en día son el eje de la familia. Llegan en la mayoría de los casos planeados y muy deseados al mundo. Los padres actuales son más conscientes de la influencia de su educación, desde que la psicología infantil divulgó la teoría de que el niño es un ser con necesidades propios, no un adulto en miniatura que puede sufrir traumas. Por tanto, la responsabilidad que recae sobre sus hombros, les pesa más. Por otro lado, debido a su trabajo, disponen de menos tiempo para dedicar a su criatura. Algunos lo compensan con consentirles más de la conveniente. O simplemente tras un día de trabajo les faltan ánimos para enzarzarse en conflictos con sus hijos. Prohibir y frustrar es cansino. Y, sobre todo, los padres actuales no quieren repetir el modelo autoritario que vivieron en su infancia. Buscan otra manera, más democrática. Aquello tiene un lado positivo: la distancia entre padres e hijos es menor y hay más cercanía; los hijos de hoy en día se expresan, dialogan y preguntan más. Son más niños. Pero también hay un riesgo: ser demasiado condescendiente. El niño necesita límites. Sin ello se siente demasiado poderoso. Esto le aterra. No sabe aún controlar sus impulsos y necesita que sus padres le enseñen cómo hacerlo. Para ello necesita su guía, quiere decir: un conjunto de reglas, impuestas con claridad y sin miedo.

¿CÓMO EDUCARLE HACIA LA OBEDIENCIA?
La palabra educar viene del latín educare, lo que significa: llevar por buen camino. Hay cinco premisas, útiles a la hora de reflexionar sobre el cómo estipular este camino:

AMAR NO ES CONSENTÍRSELO TODO
Los padres no escatiman esfuerzos para que su hijo esté feliz. Quieren evitarle cualquier tipo de frustración. En el primer año esta actitud es buena. Un bebé necesita que se le atiendan siempre y satisfagan sus necesidades. Así vive el mundo como un lugar seguro. A un bebé atendido de este modo es más fácil educarle en la obediencia que a un pequeño que no cuenta con esta base. Las buenas conductas, a fin de cuentas, se basan en las relaciones y mucho menos en las normas, como veremos a continuación. Pero entre los 12 y 18 meses la situación cambia. Ahora el cerebro del bebé es capaz de establecer una relación entre su conducta (pej. llorar) y la reacción de sus padres (acudir). Por tanto es capaz de acaparar su atención ¡intencionadamente! Ahora hay que afrontarle con algún que otro ‘no’, muchas veces también por su propia seguridad. A base de repetición, paciencia y constancia el niño memorizará e interiorizará los noes. Esto conlleva frustraciones y enfados, a base de los cuales el niño entiende que, a pesar de sus rabietas, no siempre se cumplen sus deseos. O como afirma el pediatra Aldo Naouri: ‘Todo hijo está condenado a amar y odiar a la vez para, después, seguir su propio camino’. El niño de 2 ó 3 años que aprende a lidiar con estas primeras prohibiciones, se beneficiará de ello en su adolescencia. Sin frustración, el niño no aprende a retrasar la satisfacción de sus deseos, ni tiene capacidad de antelación. Está sometido al instante, no aprende el autocontrol ni la perseverancia.

AMAR NO ES DÁRSELO TODO SIN EXIGIRLE NADA
El amor hacia el hijo es incondicional. Siempre le queremos, haga lo que haga. Pero no impide que a medida que crezca, le exijamos determinadas conductas como vestirse, recoger sus juguetes, etc. No debemos pecar de dárselo todo con tal de que sea feliz (menos el primer año). Nicole van As, docente de pedagogía de la Universidad de Nijmegen (Holanda) dice al respecto: ‘Para educar bien a un niño se deben cumplir dos condiciones. La primera es que el niño reciba amor; la segunda es que le pongan límites. Implica que se le den responsabilidad, correspondiente a su edad. Si solo se cumple la primera condición, estamos ante un niño mimado. Con ello no le hacemos ningún bien. En el contacto social este niño no conoce el toma y daca’. Al darle responsabilidad, el niño crece emocionalmente y gana en auto-estima. Le hace sentirse auto-competente. Los niños, en general, no quieren otra cosa que parecerse a los adultos. De este modo le enseñamos que no solo tiene derechos sino también obligaciones.

AMAR ES INTERVENIR CUANDO LA SITUACIÓN LO EXIGE
Rendirse, ignorar una conducta inaceptable o no corregirla es sinónimo a incentivar la mala conducta. Un ejemplo: uno niño, 3 años, le quita un coche al amiguito. Si sus padres no intervienen, le premian su conducta, ya que quien se queda con el juguete es él. El niño aprende que de este modo consigue lo que se le antoja. O, cuando un niño de 6 años llega a casa con chuches, robados de una tienda y no se le obligan a devolverlos, se deja pasar una oportunidad para que aprenda buenos valores y rectifique su conducta. Son justo estos momentos cotidianos los que requieren una actitud decidida de los padres y un ejemplo a seguir. Los actos de los padres influyen más en los hijos que sus palabras. María volvió con su hija, 7 años, a la tienda para que ella devolviera lo que ella había encontrado en su bolsillo (un muñequito sustraído). La niña lo pasó francamente mal, pero esta experiencia le ensenó la distinción entre lo mío y lo del otro y la importancia de la honestidad.

AMAR ES SANCIONAR EN EL MOMENTO OPORTUNO
No todo es negociable en la educación. Todo niño o adolescente, en algún que otro momento, requiere una corrección o sanción por parte de sus padres. Es posible hacerlo de un modo correcto. Consiste en que haya una buena base de principios que sustenta lo que se permite y lo que no. En caso de traspasar lo pactado, hay consecuencias que el niño conoce. Se le explica lo que está mal y se aplica una sanción, como por ejemplo la pausa obligada, la eliminación de un privilegio, pagar o reparar un daño causado (mirar el recuadro). Es preferible no recurrir al castigo físico; no enseña, solo causa miedo, además incita a que el niño utilice la violencia para solucionar conflictos. La base de toda sanción es el amor hacia el hijo. No es agradable verle sufrir, pero los padres saben que a largo plazo estos momentos le beneficiarán. O como decían anteriormente: ‘lo hago por tu propio bien’. Ya no lo decimos, pero la frase sigue teniendo mucho fundamento.

AMAR ES SER PADRES, NO AMIGOS
La relación entre padres e hijos no debe ni puede ser horizontal. Padres, solo hay dos. Amigos los hay más y de su propia elección. Muchos padres buscan una relación amistosa con el hijo. Incluso pueden temer perder el amor de su vástago al prohibirle ciertas cosas. Rita Kohnstamm, psicóloga infantil holandesa, dice al respecto: ‘Es un temor infundado. El hijo no quiere a sus padres porque se les permitan todo. Les quiere porque le dan una sensación de ser alguien especial, alguien que se merece su atención hasta incluso sus enfados. Esto le hace sentirse conectado con ellos, una necesidad básica en todo niño’. Quien se siente vinculado, quiere agradar al otro y no frustrarle. Y esto es justo lo que necesitamos en la educación. Esta es la parte del niño que anhela obtener el orgullo y la aprobación de los padres. Por ello, a veces solo una mirada desaprobatoria es suficiente para que el niño cambie y mejore su conducta. O, dicho anteriormente: la base de la buena conducta está en las relaciones, más que en las normas en sí.

CORREGIRLE: ¿CÓMO HACERLO?
• Cuando le riñes por algo, nombra la conducta que desapruebas sin criticarle a él como persona. ‘No me gusta que pegues a tu hermana’ en vez de ‘eres un pegón’. El niño entiende qué conducta debe cambiar y no se identificará con una mala imagen (soy un niño pegón), lo cual podría convertirse en una profecía que se auto-incumple (me comportaré como un niño pegón).
• Para hijos pequeños: procura que la consecuencia de mala conducta se efectúe inmediatamente después de la misma. Si le quitas el cuento de por la noche por algo que hizo de mañana, no se acordará del porqué y la sanción pierde su efecto. Una medida efectiva para ellos es la pausa obligada: unos minutos al pasillo (un minuto por cada año de edad, si tiene 4 años, 4 minutos).
• Acuerda con tu hijo lo que le permites y lo que no. Infórmale también sobre las consecuencias de cuando no obedece las reglas. Por ejemplo: la eliminación de un privilegio, reparar un daño o hacer algo en casa, como recoger el salón.
• Si tu hijo hace algo inaceptable, explícale en palabras claras qué es lo que no apruebas de esta conducta. Muéstrale con tu cara toda tu desaprobación y desilusión.
• Presta atención a sus buenas conductas y elógiale por ellas. Es más eficaz que castigar. O corrígele en el momento. Por ejemplo: tu hijo te pide algo de modo insolente. Dile que lo pida de nuevo, de otra manera. Así le das la oportunidad de rectificar.
• Si le avisas que, si no para, habrá una consecuencia, como irse a casa, hazlo. Si no, tus palabras pierden fuerza y tú mismo credibilidad.
• Para los hijos mayores: puede ser bueno dejarle elegir entre dos sanciones. ‘Puedes lavar el coche o no sales esta noche’. Al haber margen de decisión, la aceptación es mayor.
• Las sanciones siempre deben ser algo puntual, como un último recurso. Si son la tónica de cada día, la autoridad paterna no está bien instaurada y conviene buscar ayuda.

CONSEJOS ESPECIALES PARA LOS ADOLESCENTES
1. Los principios más importantes no son negociables. Atente a principios que consideres imprescindibles. Los puede criticar pero no son sujetos a cambios. También a esta edad necesita (algunos) límites firmes.
2. Habla y dialoga con él.
La comunicación funciona mejor que las sanciones. Muestra interés por lo que siente, opina y hace y sé respetuoso con él.
3. Evita ser demasiado crítico y confía en él.
Permítele cometer errores. No hay otra forma de aprender. Su estructura cerebral cambia bajo influencia de las hormonas: la parte donde residen las emociones, crece mucho mientras la corteza prefrontal donde residen el autocontrol y el razonamiento, no está terminado aún. Causa las típicas conductas difíciles de esta fase, como cambios de humor, impulsividad, enfados, etc.

Coks Feenstra, psicóloga infantil
Este artículo fue publicado en la revista Psychologies, el número 101, 2013

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