¿ESCUCHAMOS BIEN A NUESTROS HIJOS?

Coks Feenstra · Psicóloga Infantil

18 de julio de 2007

¿ESCUCHAMOS BIEN A NUESTROS HIJOS?

El día tiene 24 horas, de las que dedicamos unas ocho a dormir, otras tantas al trabajo y el resto a los hijos, compaginándolo con las tareas domésticas. ¿Cómo procuramos que este ritmo de vida acelerado no perjudique la convivencia con nuestro hijo? ¿Cómo podemos escucharle bien a pesar de la falta de tiempo?

Jorge (2 años) está tirado en el suelo de la cocina, dando patadas y gritando. ‘Llora todo lo que quieras, no conseguirás nada’ le dice madre enfadada. Jorge llora aún más fuerte, mientras intenta de nuevo abrir el cajón. De repente se le ocurre una idea a la madre y le dice, cambiando de tono: ‘Entiendo que estás enfadado, porque quieres abrir el cajón. Pero allí guardo los productos peligrosos. Puedes abrir éste’. Jorge mira atento y se dirige al cajón que le señala su madre. Al momento está jugando felizmente. Nadie diría que hace unos minutos tuviera una rabieta; lloraba de pura frustración. Cuando su madre le hacía saber que entendía su sentimiento, el niño se calmó.

Según las psicólogas Adele Faber y Elaine Malish, autoras del libro ‘Cómo hablar para que sus hijos le escuchen y cómo escuchar para que sus hijos le hablen’, la mayoría de los adultos hemos crecidos con los sentimientos desestimados y denegados. Por ello nos es más fácil emitir un juicio sobre su conducta que escucharle atentamente; dicho de otra forma, decirle ‘caray, ¡eres un llorón!’ en vez de decirle ‘veo que estás enfadado’. Otro ejemplo: ‘Mamá, me duele el dedo’. ‘No puede ser, es un rasguño de nada’. ‘Pero sí duele’. U otro: ‘Mamá, este programa es un rollo’. ‘Pero hijo, es muy educativo’. O: ‘mamá, no tengo hambre’. ‘Es imposible, debes comer’. Lo que hacemos en cada uno de estas situaciones, es negar el sentimiento del niño. Le decimos: ‘No es correcto lo que sientes. Yo sé lo que debes sentir, confía en mí’. Ana, 3 años, sale del colegio con la cara triste. ‘Mamá, Miriam ya no quiere jugar conmigo. He estado sola’, dice entre sollozos. ‘Venga, mañana jugaréis otra vez juntas’. ‘No, me ha dicho que ya no es mi amiga’, contesta, llorando. ‘No es para tanto…..hay tantas niñas en tu clase’. Ana sigue llorando y su madre se impacienta. ‘Hija, lloras por todo’. La madre intenta minimizar los sentimientos de su hija (‘no es para tanto’), porque teme que si se muestra comprensiva, su pena será mayor. Pero no es así: si la madre le dijera ‘hoy te sentiste muy sola, tu amiga te dejó de lado’, Ana se sentiría comprendida y esto le ayudaría. Imagínate que tú, tras un mal día en tu trabajo (bronca con una compañera), llegas a casa con ganas de contártelo a tu pareja. El dice: ‘Cariño, no es para tanto. Te ahogas en un vaso’. ¿No preferirías que te escuchara y te dejara hablar? Con los niños ocurre lo mismo: necesitan que les entendamos y prestemos atención a los sentimientos, escondidos detrás de sus conductas, palabras o gestos.

ASÍ LE ESCUCHAS MEJOR

Nuestro lenguaje está plagado de expresiones para denegar los sentimientos: ‘Sólo es un niño. ¡Qué sabrá él’. ‘Sentirte así es una tontería’. ‘Alégrate esta cara’. ‘Con llorar no llegarás a ninguna parte’. Algunas expresan claramente un juicio: ‘¿Por qué nunca puedes…? ‘Siempre serás un…..’. Otras veces nos olvidamos de darle una explicación. ‘No hagas esto’ en vez de decirle ‘no lo hagas, porque…..’. O le pedimos una explicación: ‘¿Por qué estás tan enfadado? O ¿Me puedes decir por qué lloras?’. Pero el niño, hasta más o menos los ocho años, no sabe por qué alberga un determinado sentimiento, ni de dónde viene su enfado, tristeza, etc. Con estas pautas es más fácil escuchar bien a tu hijo:

• Descubre lo que está detrás sus palabras o conductas. María (3 años) dice en tono enfadado: ‘Siempre él’, cuando su madre se ocupa del bebé. La madre no se disculpa (‘el bebé es pequeño’) ni le exige nada (‘pero tú quieres mucho a tu hermanito’ ¿verdad?), sino le transmite su comprensión: ‘¿Preferirías estar más tiempo conmigo? Lo entiendo’. La niña se siente comprendida. Y la madre, consciente de los celos (la niña se comporta últimamente mal y llora más), planea a diario un tiempo en exclusivo para la mayor, aprovechando la siesta del bebé. Este rato a solas con la mamá ayuda a combatir los celos. María sabía expresar su disgusto verbalmente, un niño más pequeño lo hace mediante conductas difíciles con tal de conseguir atención y expresar su malestar.

• Reconoce sus sentimientos con palabras, como ‘vaya, ya veo’ o simplemente un silencio. Un ejemplo: ‘Cariño, es hora de ir a la cama’. ‘No tengo sueño, déjame jugar’. ‘Creo que no te apetece dormir’. ‘No!’ ‘Ya veo, prefieres seguir jugando’. ‘Sí, mamá, por favor’. ‘Pero ya es tu hora, lo sabes’. El niño suspira y dice: ‘Pero puedo llevarme el juguete a la cama?’ La madre entiende que así el paso a la cama es más llevadero y lo permite. El niño viene con ella, sin protestas. La madre reconoce sus sentimientos (‘entiendo que prefieres seguir jugando’), pero mantiene las normas (‘es tu hora’).

• A veces, aun aceptando sus sentimientos, el niño sigue en su protesta. Por ejemplo Miguel (5 años) se frustra sobremanera cuando algo no le sale bien. Se tira al suelo, pegando a quien se le acerca. Su madre inventó lo siguiente: le da un folio y un lápiz y le pide que le dibuje sus sentimientos. Lo hace con mucho ahínco, dibujando rayas y círculos atropellados y termina siempre calmado. A otros niños les va bien golpear con sus puños o dar martillazos contra una almohada.

• Detén tu reacción y pregunta. Eva (2 años) está en la cocina con la regadera en su mano en medio de un gran charco. ‘Cómo has hecho eso?’ es lo que la madre está a punto de decir. Pero en vez de ello le pregunta: ‘¿Qué querías hacer?’. ‘Para las plantas, mamá’, dice la niña. La madre sabe cómo le encanta imitarla y aprieta mentalmente en su cabeza el botón ‘pausa’. Esto le da tiempo para ponerse en el lugar de la niña y ver lo ocurrido como algo bien intencionado.

• Cumple sus deseos en la fantasía. Muchas veces no es posible satisfacer un deseo de un niño. Por ejemplo, estás con tu hijo en un atasco de tráfico. El tiene hambre y quiere llegar a casa ¡ya! Es imposible cumplir su deseo al instante, pero puedes hacerlo en la fantasía. ‘A ver cariño, ¿qué quieres que te prepare primero?’ Abro la nevera y te saco….’. Vivir estas fantasías contigo le hará reírse y sentirse cómplices.

ASÍ TE ESCUCHA MEJOR:

• Sé breve en tus órdenes. ‘Cariño, la puerta (o la luz, los juguetes, la cadena, etc.)’. Así evitas los sermones. No olvides de darle las gracias cuando cumple tu orden.

• Recuérdale sus tareas mediante dibujos. Nos lo cuenta Carmen, madre de dos niñas de 3 y 5 años: ‘El ajetreo por la mañana me sacaba de quicio. Tardaban siempre tanto y les tenía que decir una y otra vez las cosas. Dibujé las tareas en un gran folio y lo colgué. Ahora corren a la cocina y miran una y otra vez qué es lo que les toca hacer: vestirse, llevarme el peine, coger sus mochilas, los zapatos, abrigos, etc.’.

• Ponle los límites de forma positiva, dándole opciones. Por ejemplo tu hijo está dando a la pelota en el salón. Le dices: ‘Tienes dos opciones: o lo dejas o lo haces en el patio, pero en el salón ¡no! Tú decides’. Así cambias la amenaza (si no….ya verás) por una opción. Y si él no te hace caso, le guardas la pelota por un tiempo. En las peleas de tus hijos (‘Mamá, me ha empujado’. ‘No empezó él’) puedes actuar del mismo modo: ‘Niños, estoy segura de que podéis solucionarlo vosotros mismos’. Dicho esto, te alejas tranquilamente.

• Explícale el motivo de tus noes. Susana (2 años y medio) está con su madre en una juguetería. Se ha encaprichado con una muñeca y la pide. Su madre: ‘entiendo que te guste, es preciosa, pero muy cara. Un regalo así es para un cumpleaños. Espera, voy a anotarlo en mi agenda para cuando llegue tu día’. Susana, a punto de coger una llorera, se tranquiliza; su deseo está escuchado y tomado en serio. Los niños aceptan mejor nuestros límites, si les explicamos el porqué.

• Hazle responsable de sus percances. Cuando derrama su vaso con leche, no digas ‘Tu siempre….’, sino dale una bayeta. Al nivel profundo le dices: ‘Te veo capaz de ayudarte a ti mismo, confío en ti’.

Ayudarle a reconocer sus sentimientos es bueno, porque le beneficia saber qué siente. Además, contribuye a que se sienta seguro de sí mismo. La negación de sus sentimientos le confunde y le enseña a no fiarse de sí mismo.

¿DE DÓNDE SACO EL TIEMPO?

Tras un día en el trabajo, no sólo te espera tu hijo, sino también las tareas domésticas, la cena, etc. No es fácil estar de buen talante para escuchar al niño y entender sus demandas. Es primordial hacer una buena planificación de tu tiempo. Inventa un sistema por lo que las tareas ocupen el menos posible tiempo. Si puedes económicamente, contrata a una asistenta. Si no es posible, divide las tareas con tu pareja. Tener días fijos para las tareas es una buena idea, también hacer la compra grande una vez por semana y cocinar raciones dobles para congelar la mitad. Mantén la casa ordenada (crea tranquilidad) y designa un lugar para los objetos (evita búsquedas). La doctora Nancy Ryan, de la Universidad de Ohio (EE.UU.) estudió más de un centenar de familias. Descubrió que en algunas en nivel de estrés era muy alto y en otras bajo. Las últimas mantenían una serie de hábitos liberadores del estrés:

• Dedicarle tiempo al niño cada día sin hacer otras tareas a la vez. El tiempo exclusivo al niño (leyéndole, jugando con él, etc.) no sólo beneficia al niño, sino también a sus padres. Para ellos significa un remanso de paz en su día ajetreado.

• Planificar con frecuencia excursiones en familia, como ir al zoo, a la montaña, etc. Este tiempo de diversión une a la familia.

• Desarrollar trabajos en los que todos puedan participar: lavar el coche, recoger el garaje (dale una caja grande), cuidar del jardín, etc.

• Introducir rituales: dan una sensación de unidad familiar y benefician a los hijos, como el desayuno en familia o ir los tres al mercado los sábados. Pero también puede tratarse de un sistema de recoger la casa: cada uno recoge durante 10 minutos lo máximo que pueda. Se convierte en un ritual alegre y competitivo.

Cuanto más buenos momentos tenga la familia, mejor resista los – inevitables – problemas. Y aunque el tiempo escasea, introducir estos hábitos no es nada costoso.

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