Pablito, de 3 meses, llora sin que sus padres entiendan el porqué; María, de 2 años, tiene a diario una rabieta; Marcos de 5 años no obedece y habla mal a sus padres; Isabel, 7 años, tartamudea y Sergio, de 13 años, discute todas las normas de sus padres.
Todos los padres educan lo mejor que puedan y aun así se enfrentan a estos tipos de problemas. ¿Qué hacer?
En primer lugar debéis discernir entre los problemas que son típicos de la edad, como el llanto del bebé, las rabietas de un pequeño torbellino o el discutir las normas paternas de un adolescente y otros que no lo son, como no obedecer a los 5 y tartamudear a los 7 años (sí es normal entre los 2 y 3 años). También hay que descartar causas físicas. Los niños pequeños pueden mostrar conductas problemáticas por no oír o ver bien.
Asimismo es bueno tener presente que ciertas conductas problemáticas tienen una causa: si Marcos, a parte de no obedecer nunca, también es muy intranquilo, impulsivo e incapaz de concentrarse ni un segundo, puede que sufra el síndrome TDAH (trastorno por déficit de atención e hiperactividad). Un niño con un serio retraso en el habla y problemas en el contacto social puede sufrir un tipo de autismo y otro con problemas en la lecto-escritura puede tener dislexia. Los niños superdotados pueden tener problemas, como falta de motivación, fracaso escolar, depresión e intranquilidad motora, por el hecho de que en clase se aburran y no se sientan a gusto con sus compañeros. Sus intereses e inquietudes son diferentes, lo cual les hace sentirse solos e incomprendidos. En general, en estos casos, los niños varones muestran conductas que molestan a los demás, como agresividad, rebeldía, desobediencia, mientras que las niñas muestran conductas que les hacen sufrir a ellas mismas: se mantienen apartadas y encerradas en sí mismas, están tristes y se preocupan en excesivo.
Para todos estos casos es importante acudir a un psicólogo infantil que iniciará un proceso de diagnóstico. Dependiendo de los resultados trazará un plan de tratamiento. Suele ser una terapia con el niño, pautas educativas para los padres en coordinación con el colegio y a veces medicación específica, por ejemplo en caso de un niño con TDAH. También pueden ser necesarias adaptaciones curriculares, tanto para los niños hiperactivos, los superdotados o aquellos con algún retraso en su desarrollo.
Pero, según mi experiencia personal como psicóloga infantil en muchos otros casos se trata simplemente de un desajuste entre el niño y sus padres. Los padres no ven en cierto momento qué es lo que necesita su hijo. Pierden la sintonía con él y tienen, por ejemplo, expectativas irreales, le exigen demasiado o al contrario, le exigen por debajo de sus posibilidades (la sobre-protección) etc. No interpretan bien sus señales. La tarea de un psicólogo infantil consiste en exponer a los padres las necesidades de su hijo, indicarles su nivel madurativo y de ajuste en personalidad y darles oportunas orientaciones. Un ejemplo: una niña de 7 años me fue remitida por falta de motivación en clase. Detecto en la niña una alta sensibilidad. Su programa semanal con actividades extra-escolares a diario era más de lo que podía asimilar. Los niños hipersensibles lo viven todo con una mayor intensidad y necesitan más que otros niños tiempo y tranquilidad para elaborar sus experiencias. Al cambiarle la estructura de sus días la niña disponía de mucho más tiempo libre para el juego en casa (jugando un niño asimila todo lo que vive). Esto influía positivamente en su sueño y por ende en su motivación en clase. Los padres aprendieron a interpretar mejor sus señales y a percibir qué era lo que la niña necesitaba.
U, otro ejemplo: Maribel, de 7 años, hija única, vino a mi consulta ya que según sus padres estaba incontrolable y ya no podían más. En realidad era una niña muy mimada al que le faltaba una referencia de normas. Con unas buenas directrices educativas Maribel cambió radicalmente sus conductas y en vez de ser una niña ‘insoportable’, se hizo encantadora.
LA IMPORTANCIA DE LOS LÍMITES
Un aspecto de la tarea paterna que en las últimas décadas parece haber caído en olvido, es la de ponerle límites a los hijos. Es uno de los temas con los que los psicólogos nos tropezamos a menudo. Los padres de hoy en día quieren ser menos autoritarios y más cercanos a sus hijos que lo que fueron sus padres con ellos. Por ello les cuesta más imponerles normas. Temen perder la amistad con el hijo cuando le obligan a hacer algo o cuando le prohíben algún deseo. También influye el hecho de que su vida laboral a muchos no les permita estar tanto con sus hijos como quisieran. Les causa una sensación de culpabilidad y para compensarlo consienten demasiado o miman en excesivo. No les apetece poner límites y estropear el ambiente si solo tienen unas pocas horas para estar con él. Es comprensible, pero no es bueno, ya que hace que los niños de hoy en día se conviertan en pequeños tiranos que no conocen la frustración ni saben luchar por algo. Todo les viene dado en bandeja e impera la ley del mínimo esfuerzo.
Los límites son algo importante en todas las fases de la vida de un niño, incluyendo la pubertad y adolescencia. Se debe empezar en torno a los 12 meses cuando se le enseña al pequeño explorador que ciertos objetos no puede tocar. Lógicamente las normas irán cambiando en función de la edad y de acuerdo con el estado madurativo: de un niño de 2 años no se puede esperar que obedezca, pero uno de 5 años sí. A un adolescente se le debe poner límites, pero ya en forma de negociación, buscando el entendimiento y el compromiso. Prohibirle sin más ciertas cosas tiene el efecto contrario: el joven se rebela y si tiene un carácter temperamental, hará justo lo que sus padres le prohíben, como fumar, beber, llegar tarde a casa, etc. Así que, en vez de prohibirle el alcohol, es más aconsejable hablar con él sobre lo que suele beber y expresar vuestra preocupación. O negociar sobre la hora de la vuelta a casa (‘entiendo que quieres salir, pero yo quiero que el lunes estés descansado, así que mejor salir solo el sábado y no más tarde hasta la ……’). Ya tiene edad para razonar, así que hay que hablar con él e interesarse por su punto de vista. Esto no quiere decir que siempre llevará la razón. Como padres debéis exponer vuestro punto de vista y a veces hasta convencerle.
¿CÚANDO HAY QUE BUSCAR AYUDA?
Si hay problemas con el hijo, habladlo primero con la pareja, entre los dos. Expresad vuestras frustraciones, vuestras emociones y opiniones. Puede tratarse de un problema que solo se da con uno de los dos, como Alicia, de 3 años que cada noche coge una rabieta cuando es la hora de ir a dormir. Su madre teme este momento y no sabe cómo actuar, ni las buenas palabras ni las amenazas surten efecto. El padre no tiene este problema, así que acuerdan que será él quien se ocupe de esta tarea. No es extraño: Alicia intuye la dificultad de su madre de ponerse firme y utiliza la rabieta para aplazar el momento de la separación. Como el padre es menos sensible al llanto de la pequeña, la niña con él ni lo intenta. ¡Los niños están dotados con unas antenas que captan nítidamente los puntos débiles de sus padres!
Otro paso importante puede ser hablar con una persona de confianza, como unos amigos, la profesora del colegio o algún familiar, como hicieron Fernando y Cari sobre su hijo, de 6 años. Empezó a tener un tic en los ojos y no sabían qué hacer. La abuela materna se acordó que su hijo, Fernando, también lo tuvo durante una temporada en su infancia y que en ello influían tanto ciertas tensiones como cansancio. Los padres averiguaron la fuente de tensión de su hijo (los deberes) y en colaboración con el colegio lo disminuyeron. También procuraron que el niño durmiera más. El consejo les dio bueno resultado.
En otras situaciones puede ser importante buscar ayuda, sobre todo cuando tenéis (o uno de vosotros) la sensación de estar al límite, de no aguantar más su presencia, de empezar el día con el corazón en un puño, de perder el control a diario y de tener miedo de hacerle algo. No hay que demorar y buscar un psicólogo infantil. La primera cita siempre es con ambos padres, normalmente sin el niño. En la siguiente el psicólogo verá al hijo. A través de la terapia infantil, que consiste en juegos y tests, va formándose una idea del niño, su madurez y desarrollo y los posibles problemas. El psicólogo citará varias veces al niño y a sus padres, según cada caso. Cuando se trata de problemas con un púber, puede resultar difícil o imposible llevarlo a la consulta. Muchos adolescentes se niegan en rotundo, ya que no quieren ser visto por un profesional con la edad de sus padres. Pero vosotros mismos podéis consultar con el psicólogo sin el hijo. Al fin y al cabo siempre hay una interacción entre padres e hijo. Si vosotros aprendéis a ver la situación con otros ojos o bien enfrentaros a las dificultades de otra manera, muchas veces la situación en casa mejor considerablemente.
En cuanto a la problemática del niño, se acude al psicólogo infantil cuando:
• El niño muestra conductas difíciles: desobediencia, agresividad, obsesiones, tics, miedos, hiper-sensibilidad, extrema timidez y otras.
• Hay problemas en la guardería, como llantos excesivos; o en el colegio, como falta de concentración, roces con compañeros, aislamiento, hiperactividad o aburrimiento.
• El niño tiene problemas físicos sin una causa médica, como dolor de cabeza, de tripa, vómitos, eczemas, etc.
• El niño sufre un cambio repentino e inexplicable; de un niño activo se vuelve apático; de un niño alegre se vuelve triste, etc.
• El niño no parece estar feliz. Apenas juega, llora por todo, no tiene amigos, teme estar solo, tiene problemas de sueño, etc.
A veces los padres piden ayuda en situaciones puntuales, como un divorcio, una muerte. El psicólogo utiliza el juego como medio para conocer al niño y entender su problemática. La ‘traduce’ a los padres ayudándoles en entender a su hijo y facilitándoles herramientas para su educación.
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Coks Feenstra